Recordar no es volver a vivir

Debería empezar diciendo que no lo conocí bien, aunque vivimos en la misma casa desde que tengo cinco años, cuando murió tenía 19, no me costo asimilarlo (ciertamente ya lo veía venir) lo que lamente fue la tristeza de mi abuelo, bueno es que perder a un hermano menor no es nada fácil, debió sorprenderle que no expresará nada acerca de su muerte.

Dos semanas antes de su muerte cayó enfermo, parecía una simple gripe, “unas pastillas Manuel”, le dijo mi abuelo, siempre era así, supongo que por eso les sorprendió tanto encontrarlo desmayado en su cuarto el día siguiente a la “pastillita”, lo llevaron inmediatamente al hospital, mi abuelo Germán quería demasiado a su hermano y yo quería más a mi abuelo como para aguantar verlo sufrir; cuando el médico le dijo que tenía que quedarse unos días y que su situación era inestable, el rostro de mi abuelo paso de ser triste a deprimente.

Alto, flaco, de cabellos encrespados (típicas características familiares), de ojos marrones claros y mirada vagabunda, el tío Manuel cumplía los requisitos de la familia Panez, ”aunque la sonrisa no la mostraba diariamente cuando lo hacía era como ver estrellas de día”, cuenta mi madre que tuvo la oportunidad de conocerlo mejor que yo.

La tía Angélica llego a conocerlo mejor “era muy amable, y aunque soltero parece nunca haber necesitado de una mujer”, comenta mi tía con nostalgia en los ojos. Su presencia significaba mucho, más de lo que creí, el tío Manuel era quien oía y refutaba los reclamos de mi abuelo, de esa manera mi abuelo podía sentirse aliviado de contarle a alguien lo que piensa, lamento no poder suplir esa labor.

Hay un recuerdo que conservo aún fresco de él, el día en que llegó a la casa trajo consigo algo para mí: una muñeca muy linda, lo curioso es que sólo tuvo ese detalle conmigo, se acercó con una gran sonrisa y me entregó lo que especialmente compró para mí, sonrió y no es algo que él hacía diariamente, es una ingratitud no recordarlo.

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Cuando regresamos al hospital al día siguiente las noticias no fueron mejores, el médico se encargó de decirnos que no le quedaba mucho tiempo de vida, que su muerte era inevitable y que debíamos ser fuertes, yo podía serlo, pero mi abuelo no, no sirve ser fuertes cuando el corazón es débil.

La familia quedó en silencio, desde aquel día esperaron su despedida. Los preparativos para la odiada muerte del tío Manuel. Iniciaron los recuerdos de un tiempo mejor, de cuando estaba aún sano, de cuando esporádicamente sonreía, cuan bueno era, bueno para esos días nadie podía recordar algo malo.

Inevitable, la tarde del viernes 21 de marzo, nos dejó, sin decir adiós y privándonos para siempre de su inusual sonrisa. Encontrarlo allí indefenso y en silencio fue el peor recuerdo para mi abuelo; el 30 de marzo era su cumpleaños, pensaba reunir a la familia, bueno, finalmente nos reunió, pero no precisamente para reír al lado suyo, sino para contemplar la seriedad de su rostro, sus cabellos todavía ensortijados y algo encanecidos y sus ojos cerrados.

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