Odiando la sociedad a la que me expuse desde la secundaria, hice lo que más detesto hacer: un trabajo a última hora. (Y es que hay actitudes que detesto pero que ya están adheridas a mí).
Lo tengo presente, no soy buena artista, pero eso no impide que mi espíritu retador me someta a una exhausta prueba de dibujo y pintura. Consistía en elaborar bocetos y layouts de diseños de geometría constante en el arte local (nada fácil, en serio), me lo encargaron hace más de dos semanas, pero mi sobreestimada capacidad artística me permitió elaborarlo hasta un día antes.
Pero, ahora que lo recuerdo no fue así siempre. Cuando todavía conservaba algo de mi niñez, antes de mi inocencia interrumpida, sí, al empezar el colegio y poco después de el, solía resolver mis deberes con mucha anticipación, como mínimo una semana, pero no mentiré tampoco en aquellos tiempos me preocupaba estudiar para un examen, sin embargo los trabajos eran resueltos sin preocupaciones, nada de estrés y sin amanecidas, ésas vinieron luego.
El sentimiento de “niña nerd” estuvo conmigo por casi nueve meses (lo que dura uno en el vientre de la madre), y que debieron quedarse conmigo. Oía a las demás decir (Sí, para variar estudie en un colegio femenino y por si fuera poco, religioso) “que absurda Dianita yo terminó mis trabajos un día antes”, y bueno, creo que después de tanto oír esa frase, intenté hacer lo que ellas hacían, y vaya que me resultó porque acoplé esa actitud a mí rápidamente (¡Viva mi intento de procurar ser normal! Frase retórica).
Bueno, ¿Qué puedo decir? Los trabajos en el colegio no eran tan exigentes al principio, hasta que llegué al tercer año, que además del incremento de tareas se inició concretamente mi pubertad (por decirle así a mi despertar hormonal). Sí, el inicio de mis problemas, las amanecidas, y los delirios en clase producto del sueño, cortesía de mi fácil aprehensión de actitudes.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario