10 minutos

Hace algún tiempo dejé de creer en Dios, y entre mis hipótesis acerca de las razones están: algunas clases de filosofía para novatos y demasiados años en un colegio católico (además para señoritas), bueno, sea como fuese el peso del temor de Dios no me atormentará más, y puedo invertir el tiempo de oración antes de dormir, en productivos minutos de sueño.

No lo puedo negar, la influencia franciscana tuvo su contribución en mi formación, es decir, levantarse a las cuatro y media de la mañana para recorrer las calles de la ciudad rezando el rosario a personas que probablemente a esa hora disfrutarán más de un tranquilo momento de descanso, que de ruidosas niñas cantándole a la virgen María, me enseño que la mayoría de personas duerme a las seis de la mañana (aunque eso lo suponía).

Mamá insiste en que mi decisión no es precisamente la correcta, pero tampoco puede criticarme tanto, pues es una católica que no asiste a misas (salvo anticipe algún tipo de festejo al que haya sido invitada). En situaciones extremas, insiste en que debería cambiar de opinión y le respondo que suficiente cree ella por las dos. Mi ateísmo la enoja aunque está aprendiendo a lidiar con eso.

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Lo que usualmente te hacen creer durante la infancia: rezar antes de dormir luego de lavarse los dientes y hacer las tareas, levantarse y seguir la rutina establecida para las mañanas: asearse, ordenar tu habitación, tomar el desayuno e ir a la escuela. Acostumbrándote a la monótona rutina, creyendo que es la correcta (tanto que ahora ya no la puedo distinguir) y pasas el tiempo buscando esa estabilidad (a la que te acostumbraron). ¿Te das cuenta? Te estás cansando de buscar. Al crecer ves lo distinto que es vivir a como lo imaginabas cuando niño, es más cruel a medida que creces, el aprendizaje social es cada vez más duro. Y lo llaman cambios, yo lo llamo Vida.

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