Es que debería ubicarte pero no puedo, es más efectivo el celular pero después de dos robos y dos… lo llamaré “fallas técnicas de móvil” es imposible convencer a mamá de que me compre uno más, es en ese punto de mi vida en que me someto a la “móvil independencia obligada”. No diré que papá tiene la culpa porque compró mi primer celular apenas estos salieron, no diré que mamá tuvo la culpa pues cuando se malogró el primero no espero mucho para el siguiente, pero diré que la costumbre de ubicar agenda, directorio, calendario y amigos en un solo aparato me llamo la atención desde el primer momento y me hice una adicta inconsciente.
Cuando se nos otorga algo lo hacemos parte de nuestras vidas, el hombre adopta las cosas o específicamente la tecnología como algo tan nuestro que lo hacemos una especie de extensión nuestra (vaya que entiendí lo de eras y olas), la tecnología se hace parte tuya y crees depender de ella, es decir, que llegamos a acostumbrarnos a la simplicidad auspiciada por la tecnología que no concebimos las cosas de otro modo.
Debí terminar y publicar este post cuando empecé a escribirlo, luego de varios meses es justo que cuente en que estoy ahora.
Luego de acostumbrarme a la desubicación (por la dificultad de encontrar a mis amigos llamándolos en el momento) y deslocalización (de parte mía) un viaje de “estudios” a la ciudad de Lima fue la excusa, mamá necesitaba monitorearme de algún modo (no era suficiente la confianza tácita que me profesaba) así que me otorgó un móvil temporal (el cual fue difícil separarme luego). Conservaba el número de siempre (benditos chips), podía organizar citas con rapidez, (aquí es cuando confieso mi adicción) me ví obligada a prolongar esa temporalidad.
Así que empecé a buscar entre los móviles que mi familia daba por perdidos (pues la devolución del móvil viajero era inevitable) hallé uno; el que mis hermanos advirtieron que no duraría mucho (les sorprendió que durará más de una semana); simple pero cumplía las funciones básicas: realización y recepción de llamadas además de contener un directorio. Sin escapar la parte negativa, desde esos días mamá podía realizar su seguimiento cotidiano también conmigo, pero esa es otra historia.
“Lo nuestro duró” (lo que tenía que durar) contra los pronósticos familiares ese celular me duró hasta la semana pasada (la mañana del jueves 25 ví 5.30 AM hasta casi las 9 AM). Se suponía que debía volver a acostumbrarme a ser la “no hallada para mamá”, recuperar mi agenda y recordar los números importantes (aunque eso no es tan complicado). Pamela (una de mis mejores amigas) no contribuyó con la recuperación a mi adicción y me presentó un móvil básico disponible al día siguiente (se lo agradezco mucho). Es hábito y rutina verificar mi saldo a cada instante para ver si me otorgó algún bono en minutos libres por ser una consumidora compulsiva de recargas virtuales, además de realizar llamadas a veces innecesarias en la noche.
Cuando se nos otorga algo lo hacemos parte de nuestras vidas, el hombre adopta las cosas o específicamente la tecnología como algo tan nuestro que lo hacemos una especie de extensión nuestra (vaya que entiendí lo de eras y olas), la tecnología se hace parte tuya y crees depender de ella, es decir, que llegamos a acostumbrarnos a la simplicidad auspiciada por la tecnología que no concebimos las cosas de otro modo.
Debí terminar y publicar este post cuando empecé a escribirlo, luego de varios meses es justo que cuente en que estoy ahora.
Luego de acostumbrarme a la desubicación (por la dificultad de encontrar a mis amigos llamándolos en el momento) y deslocalización (de parte mía) un viaje de “estudios” a la ciudad de Lima fue la excusa, mamá necesitaba monitorearme de algún modo (no era suficiente la confianza tácita que me profesaba) así que me otorgó un móvil temporal (el cual fue difícil separarme luego). Conservaba el número de siempre (benditos chips), podía organizar citas con rapidez, (aquí es cuando confieso mi adicción) me ví obligada a prolongar esa temporalidad.
Así que empecé a buscar entre los móviles que mi familia daba por perdidos (pues la devolución del móvil viajero era inevitable) hallé uno; el que mis hermanos advirtieron que no duraría mucho (les sorprendió que durará más de una semana); simple pero cumplía las funciones básicas: realización y recepción de llamadas además de contener un directorio. Sin escapar la parte negativa, desde esos días mamá podía realizar su seguimiento cotidiano también conmigo, pero esa es otra historia.
“Lo nuestro duró” (lo que tenía que durar) contra los pronósticos familiares ese celular me duró hasta la semana pasada (la mañana del jueves 25 ví 5.30 AM hasta casi las 9 AM). Se suponía que debía volver a acostumbrarme a ser la “no hallada para mamá”, recuperar mi agenda y recordar los números importantes (aunque eso no es tan complicado). Pamela (una de mis mejores amigas) no contribuyó con la recuperación a mi adicción y me presentó un móvil básico disponible al día siguiente (se lo agradezco mucho). Es hábito y rutina verificar mi saldo a cada instante para ver si me otorgó algún bono en minutos libres por ser una consumidora compulsiva de recargas virtuales, además de realizar llamadas a veces innecesarias en la noche.
Creo que ahora debería cambiar el título, quizás por “móvil dependencia voluntaria”.
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