Ciclo I: Adiós


Gracia intentará convencerme con lágrimas. Ahora, espera tras la puerta el coraje para decírmelo a la cara.  Ya no me ama. Retrocede un paso, no se siente convencida, sujeta en las manos el pañuelo azul que alguna vez se me ocurrió obsequiarle, lleva el anillo que a él se le ocurrió darle, los guantes de seda (ésos para ocasiones especiales), la blusa naranja con el escote tímidamente pronunciado, la falda (no tan corta) que lucía cuando nos conocimos (hace tanto). Gracia espera no lastimarme con la noticia, espera que aguante todo el dolor, espera que le diga que no moriré al siguiente día. Después de todo, siempre fui muy seguro, mantuve activado mi mecanismo defensa con la persona que menos lo merecía. Gracia, aunque apenada venía a darme una lección,  con  lágrimas en los ojos procuraría no romperme el corazón.
Lleva los zapatos negros que le ayudé a escoger, el bolso que siempre odié y una sonrisa oculta, levemente notoria. Gracia tiene en la mirada un brillo, lamenta ser feliz a costa de mi sufrimiento. Viene a decirme que lo nuestro ya es incierto (lo cierto es que terminó), que aquel juego inocente que inició hace algunos meses tuvo mayor efecto que el juego real al que nos atrevimos a jugar nosotros con las reglas estratégicamente planteadas a mi favor. Me dirá que lo siente y podré creérselo, es cierto. Me dirá que todavía me quiere, también será cierto. Me dirá cuanto le duele y tendré la oportunidad de abrazarla antes de que quiebre en llanto, ella detesta las despedidas. Me dirá que lo mejor para ambos es dejar de vernos y que pronto encontraré alguien más, “nadie como tú”, le diré yo y volverá a llorar. Imagino que el tiempo fue un aliado de doble filo, pues por todo ese tiempo al lado mío, venía tan acongojada a decirme que me deja y por ese tiempo tan parecido es que esta relación finaliza.  
Continúa detrás la puerta, pero ya estiró la mano para girar de la perilla. Tiembla. Se ve tan indefensa, tan dócil, tan ella, esperando no dañarme mucho y que lo entienda ¿Si lo entenderé? Fui yo el que planteó los ciclos de las relaciones y creyó que el nuestro acabaría algún día, mientras ella me decía que nunca lo haría, que lo nuestro iba a ser eterno; imagino que eso la debe molestar más, fue ella quien le tuvo mas fe a todo esto, pero soy yo quien termina convirtiéndome a su religión de fe y creer para ver. Soy yo el que querrá recordarle lo que me dijo aquella vez, pero no lo haré, soy consciente que lo merezco. Me he convertido en el cursi que siempre odié, y es verdad si digo que la amo tanto que la quiero ver feliz. Cuando me vea a los ojos y me diga que termina no lloraré, la abrazaré, sí, para que no se olvide de mí, de mi tacto, mis abrazos e intentaré darle un beso sutil para que los recuerde también.
Tienes que hacerlo, se dirá a ella misma, terminar con todo esto de una vez y herir a quien sea necesario, tú mereces ser feliz y yo lo corroboro. He lastimado tanto que quisiera que fuera tan feliz por todo lo que hice sufrir.
Tras la puerta estoy yo, creyendo que no pasa nada, que todavía es mía y no la perderé nunca. Pienso en contarle una historia, de ésas de cuento, para que continúe admirando mi habilidad de narrador. Sentado sobre el sofá que heredé de mi padre (entre las pocas cosas que me dejó), las gafas puestas, cogiendo un libro que había empezado a leer (finalmente me convenció).  No esperé que fuera tan pronto, a mí me tomó algo más conquistarla, pero es que también nunca se me ocurrió recordarle cuanto hace su sonrisa en una mañana nublada (ilumina todo). Pero allí estoy yo, despreocupado, creyendo que todavía es mía, con la camisa que me ayudo a escoger y compré casi solo por complacerla, los zapatos negros comprados casi por obligación de Gracia y el reloj que ella tanto detesta (no lo hará más) pues tengo la mala costumbre de medir el tiempo (tal vez todo el tiempo al lado de ella me parecía tan maravilloso que resultaba increíble) aunque de nada sirve ser cursi ahora. Ahora no. De cierto modo ya lo presentía, el día que me contó que se topo con un chico en el centro comercial, como quien cuenta una historia absurda, sin importancia que de todos modos cuenta, percibí algo en su mirada, era eso que llaman: “brillo”, pero no le di importancia. Gracias era mía y estaba seguro. Hasta hoy que está detrás esa puerta con la finalidad de romperme el corazón (sin lastimarme mucho).
Da los pasos necesarios, gira la perilla y me ve ahí sentado, despreocupado y con el libro que me recomendó leer, hasta que por fin le hice caso (tarde). Percibo su agitado aire y sus ojos temblorosos contenidos de agua, la veo algo alterada (no es su estilo), le digo que la quiero y la abrazo, me dice que ella también pero que algo ha cambiado. La continuó abrazando y le digo que no diga más. Insiste y la calló con un beso, se aparta de mí y se va, antes, me dice que lo siente y cierra la puerta. Se detiene un rato recostada en la puerta, dejándome al otro lado desconcertado y sonríe.


"Te dí todo y ya no doy más"

No hay comentarios: