Blanco y rojo da rosado


1821 no significa mucho para mí (cuatro dígitos juntos). Alguna vez tuve 18, como alguna vez tuve 21. 1821 en conjunto es un número grande, no tan grande si se usa como monto en un sueldo mensual (aunque el suficiente para sobrevivir, supongo). Haciendo referencia al año, mucho no podría decir, mis padres todavía no existían menos yo.

Un 28 de julio, alguna vez dije adiós, alguna vez saludé, alguna vez quise, alguna vez odié, alguna vez besé, alguna vez reí, alguna vez lloré, alguna vez perdí y espero haber ganado más veces. Soñé, creí, admiré, canté, oí, grité; me obligaron a colocar una bandera en la azotea y pintar la fachada de casa motivada por una casi justa retribución.
Un 28 de julio no me siento más peruana que un siete de junio, doce de abril o martes trece. Un 28 de julio sirve para recordar que en el Perú cualquier fecha es propicia para vender algo, para demostrar que los peruanos somos fáciles de persuadir, usar una escarapela sin demasiado sentimiento y ver la parada militar.

Este 28 de julio, soleado desde mi ciudad, no canté el himno nacional, no usé una escarapela, no fui yo quien coloco la bandera y me negué a coger una brocha y elegir el color para mi casa.

Me siento más peruana cuando veo a alguien hacer algo por su propia voluntad, cuando alguien ayuda a alguien más, cuando Juan decide reciclar, cuando Carmen canta la flor de la canela con ojos cerrados, cuando realmente sientes que algo es tuyo y cuidarlo es necesidad, cuando siento que pudo creer en las personas.

El Perú es lo máximo, no solo un 28 de julio.

No hay comentarios: