De los cinco a los 20

Cuando niña solía mirar al sol e intentaba retarlo viéndolo a los ojos (es una forma de decir), las ocho de la mañana era la hora del desayuno, luego podía continuar con lecciones para aprender a leer y escribir, a las diez veía en la televisión cuentos recreados y a las once volver a las lecciones, almuerzo, la siesta después del almuerzo, lecciones, televisión, el té de las cinco (cortesía de la abuela), televisión, cena y el pleno goce de diez horas de sueño.

Ahora cuando se supone que tengo que enfrentar mayores responsabilidades me resigno a no competir más con una mañana soleada. Desayuno, almuerzo y cena con los abuelos. Y el resto del tiempo la computadora, la universidad y mis amigos (también está el tiempo que empleo en soñar y pensar en ti).

Al subir al auto para ir a la universidad no espero encontrar a nadie detesto hablar mientras escucho letras con sentido (“el mp3” que a veces me salva la vida). Éstas mañanas el batallón del "unicornio" (un jardín de niños espero) me dedica unos coros poco usuales: izquierda, izquierda, derecha, izquierda (imagino que para un desfile). Sentada al frente de la computadora para desahogar sentimientos (algunos impublicables), escucho mi música favorita (que es lo que más disfruto) “dando rienda suelta a mis demonios”. La universidad con el paquete completo: docentes con ética cuestionada, la esperada primera clase de un curso importante, los compañeros de clase que disfrutan burlarse de una compañera en especial (no es necesario decir más ¿O si?), los odiados trabajos del tipo: “cuenta el de más páginas”, algunas conversaciones inteligentes y entretenidas, las bromas de Pamelita y tal vez me olvide de algo.

Al terminar el día: cansada, no realizo ninguna reflexión acerca de nada, observo con nostalgia mi cama por haberla dejado tantas horas a solas, escuchó una última canción antes de dormir. Y no me siento más responsable (por hoy).